lunes, 11 de octubre de 2010

Nadie entra, nadie sale...


Nadie entra, nadie sale. Llanto de bebé en el pasillo. Tic tac, los tantos relojes marcan el tiempo, cantan su peculiar Aria cuando la tarde va perdiendo su armonía. O recuperando otra, más densa y opaca. Como si adivinara que debe adaptarse a mi ritmo. Y no puedo hacer nada por rescatarla, retenerla entre mis dedos acuosos.
De qué está hecha la poesía?
Un tiempo (mi tiempo) de soledades infinitas. Aunque me lo niegue a mí mismo. Aunque lo abrace y me aferre a la precariedad de su existencia. Todo será en vano. Pamplinas. Sueños velados. Realidad prendida con alfileres al pétalo de una rosa.
La ventana: mi cuadro de salvación.
Escribo esto y voy hacia allí, como tratando de descubrir algo nuevo, la apoteósis de una ciudad o un mundo imaginado, al que me aferro para no perderlo. Porque el otro mundo, el verdadero, lo perdí. No sé como. Olvidé añadirlo al equipaje cuando vine. No soy místico, pero enciendo velas y hasta una varilla de incienso, y creo que me ayudarán a ser mejor y tener más suerte. Aquí el que no tiene de congo tiene de carabalí.
Y entre copla y copa y otras soledades, llegó la noche. Oscuridad. Una nueva forma de luz. Donde soy una sombra más jugando a reconocerme con ayuda de la fantasía.
Por dónde anda el placer? Leo. Lo busco. Lo encontré? Aunque soy un poco desvergonzado no alentaré maquiavélicos pensamientos. Ya el cuerpo se recobra, se prepara para una nueva batalla. Cede al impulso. Descansa. Se revitaliza. Es bueno pensar que no son sólo componendas del diablo. Se es mortal o no.
Y yo lo soy.


Por Luis Ruiz

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