martes, 22 de mayo de 2012

El sutil encanto del flete.

Yo creo que mientras más civilizado y libre es un pueblo, más frio. O es cosa sólo de los alemanes? Yo creo que no. Dicen que en Barcelona, por ejemplo, también es asi. El caso es que, si vas por la calle y alguien te mira y tu le devuelves la mirada, enseguida viran la cara y no te miran más. Lo mismo sucede en el Metro, en cualquier lugar.

En Siguaraya era diferente. Cuando alguien te atraía, lo mirabas a los ojos, y si te correspondía te clavaba la mirada como un dardo en el centro de la ruleta. Desafiante. Y allí no quedaba la cosa. El sutil encanto del flete. El empate era al seguro. A cualquier hora del dia y en cualquier lugar. Y no tenías que ser bello ni muchísimo menos. Te parabas en la puerta de tu casa y sucedía el milagro. Daba gusto. Y bueno, de noche en los parques, parada de guaguas, en una esquina, o por las calles oscuras. El ligue era seguro. Hasta de madrugada. Siempre andaba alguien merodeando en busca del milagro.

Yo, la verdad, que me la pasaba de milagro en milagro. Hasta sin buscarlo. Los milagros caían del cielo, o brotaban de debajo de las piedras, o llegaban de la mano del viento. Aqui no. Es como si la gente tuviera miedo a mirarte de frente o hablar con desconocidos. El milagro ocurre en la oscuridad, entre los arbustos del parque, o en los sótanos oscuros habilitados para esos encuentros. Sólo asi. Anónimos y silenciosos.

Nada, que aqui al milagro no se le escapa ni un gritico de placer.


Por Luis Ruiz.

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