domingo, 20 de mayo de 2012

A media tarde.

En el balcón. Expuesto a la suave brisa. El sol, allá, al otro lado de la calle. Entre geranios, hortenzias, y otras variedades de flores. Como crecieron las plantas en nuestra ausencia. Los pájaros cantan entre las ramas de los árboles. Celebran la inminencia del verano.

Leo "El año del calipso", de Abilio Estévez. Leer a Abilio es siempre un placer. Hasta cuando dice pinga suena bien: "Leche, se llama leche, como la que sale de las tetas de las mujeres, de las vacas, de las chivas, de los manatíes hembras. Se mama una teta jóven y sale leche; se mama una pinga jóven y también sale leche". Sobre todo porque sé muy bien, que esa pinga no es vulgar como el sonido de la palabra al pronunciarla en cubano, sino que Abilio la convierte en algo más preciado y venerado, como debe ser. Tampóco es de esas pingas que algunos cogen con guantes para no ensuciarse al tocarlas. Todo lo contrario.

El cielo es de un azul claro, y sin nubes. Un día de verano. Todo parece tan diáfano.


Por Luis Ruiz.

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