sábado, 31 de julio de 2010

A contracorriente


Nací sin referencias culturales precisas que pudieran guiarme y así facilitarme el camino hacia un mundo intelectual. Mi madre era ama de casa y apenas si alcanzó el sexto grado. Mi padre era un hombre inteligente, pero no culto. Desde muy jóven se vió obligado a trabajar de carpintero para mantener a la madre y los hermanos después de la muerte de su padre.
La imaginación y las inquietudes interiores que desde muy jóven me mantenían en constante estado de alerta, fueron las herramientas necesarias para mi despertar. Descubrir el placer de la lectura fué un acontecimiento en mi vida, un camino abierto a todas las enseñanzas y experiencias posibles. Eran mis libros mi única fortuna, el caudal donde encontraba ese mundo ideal en el que deseaba vivir. Los libros hicieron de mí un soñador, un personaje que sólo existía en la novela de una vida que a espaldas de todos iba conformando, paso a paso, para desligarme del hilo al que estaba atado en dependencia de los otros.
No me ayudó el hecho de que en mi casa no vieran con buenos ojos el desarrollo del hijo mayor al que querían convertir en otra cosa. Mi inclinación a hacer versos desde edad tan temprana era una mala señal. Después de haber aprobado la prueba de ingreso en la Escuela de Artes Plásticas me negaron la entrada. Sin embargo nadie podía cercenar mis sueños, y estos me salvaron.
Por Luis Ruiz

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