viernes, 21 de agosto de 2009

Mercado Turco

Por alguna razón que desconozco me abandona el entusiasmo que me acompanó todo el día. Cesó la lluvia, y en su lugar nos dejó un cielo oscuro, siniestro, desesperanzador. El tiempo cambia tan precipitadamente que no alcanza a ser disfrutado en sus mejores momentos. Alguna vez brilló el sol, se hizo la luz, y llegamos a creer en el verano prometido. Siempre desconfiando, claro, de las certezas.
De la visita al mercado turco, en el barrio de Kroisberg, junto al canal, quedaron un par de fotos tomadas por Felipe. No estabamos en Turkia aunque lo pareciera. Casi todas las mujeres llevaban panuelos en la cabeza, vestidos largos, y algunas incluso cubiertas con la "Burka". Los comerciantes anunciaban sus mercancias en turco, sin importarles que una gran mayoría fueran alemanes.
Fuimos hasta allí en bicicleta, atravesando la ciudad desde Schöneberg, el barrio donde vivimos. El mercado, que abre cada Martes y Viernes, está situado en esa parte, más conocida como "la pequena turkia", y es obvio adivinar porque. Se puede comprar de todo y a bajos precios, y sobre todo disfrutar lo más variopinto multicultural de la ciudad de Berlin.
Después del paseo entre los tantos toldos, delante de los cuales se amontonaban los clientes y otros tantos curiosos, y algunas compras, nos sentamos en un Café al otro lado del canal. Esperamos que cesara la lluvia imprudente que ya se anunciaba en un cielo cubierto de nubes grises, que paulatinamente fueron oscureciendose, hasta abrirse y verter la furia acumulada.
Regresamos a casa con bolsas llenas de fresas, vegetales, y muslos de pavo, comprados a uno de los vendedores que conocíamos por su amabilidad y buen trato.
Ya la tarde presagiaba convertirse en noche, la luz se anunciaba como un fantasma que desdibujaba los contornos, el viento batía con fuerza, y no quedaba otra opción que renunciar a volver a salir de casa.
Comenzó a llover de nuevo, con más fuerza. Comprendí que mi cuerpo no se adaptaba a aquel cambio brusco de tiempo, y yo también me oscurecí. Abrí un libro y empecé a leer. Cerré el libro. Encendí la radio. Me senté en una esquina de la Biblioteca, a solas, sin otra intención que la de vagar. Apagué la radio. Me acerqué a la ventana y miré hacia el cielo. Oscuridad total. Nada quedaba del dia. Un enorme manto de sombras. Yo y la noche. El. Nosotros dos y el silencio. Nada del entusiasmo anterior.