sábado, 23 de marzo de 2013

De los Diarios de León Tolstoi.


A Vladimir Grigorievich Chertkov
Tengo ganas, querido amigo, de hablar con usted con el corazón en la mano. Con nadie es para mí tan fácil hablar como con usted, sé que me entenderá, por vago e incompleto que sea lo que quiero decir.
Ayer fue un día muy serio. Otros le contarán los detalles, yo quiero contarle lo mío, lo interior.
No hago sino compadecerla una y otra vez y me regocija el que por momentos sea yo capaz de amarla sin esfuerzo. Así ocurrió anoche, cuando llegó arrepentida y comenzó a ocuparse de que mi habitación estuviera caliente, y pese a toda su fatiga y debilidad, empujaba los postigos, sellaba las ventanas, iba de un lado para el otro, se preocupaba de mi… bienestar material. ¿Qué se puede hacer si hay personas para las que (aunque creo que sólo hasta un determinado momento) la realidad de la vida espiritual resulta inaccesible? Ayer por la tarde estaba dispuesto a irme a Kochety, pero ahora estoy contento de no haberlo hecho. Hoy me siento débil físicamente, pero anímicamente estoy muy bien. Y por eso tengo ganas de decir lo que pienso, y sobre todo lo que siento. Hasta el día de ayer había pensado poco en los síncopes que sufrí, o incluso no había pensado en ellos, pero ayer vi con toda claridad, de manera muy viva, que moriré de uno de esos ataques. Y entendí que, pese a que una muerte así es, en lo tocante al cuerpo, una muerte sin sufrimiento físico (una muerte muy buena), en lo tocante al espíritu me privaría de inestimables minutos de agonía, que pueden ser maravillosos. Y esto me llevó a pensar que si, por tiempo, me veo privado de estos últimos minutos de conciencia, en mí está el repartirlos en las horas, los días, quizá los meses o los años (lo dudo) que me quedan hasta el momento de morir, que mi manera de enfrentar esos días o meses puede ser tan grave, tan solemne (no en apariencia, sino por una conciencia interna), como podría ser mi manera de enfrentar los últimos minutos que me quedaran de conciencia frente a una muerte inminente. Y ese pensamiento, o incluso esa sensación que experimenté ayer y tengo aún hoy, y que intentaré conservar hasta que muera, me regocija de manera única, y es algo que tenía ganas de compartir con usted. En esencia, todo esto es muy antiguo, pero de pronto lo descubrí desde un ángulo nuevo.
Este sentir es el que ilumina mi camino en la situación en la que me encuentro y torna en alegría lo que podría ser o es difícil.
No tengo ganas de escribirle de trabajo, después.
Revéleme también usted su alma.
No quiero decirle «perdóneme», porque sé que usted no quiere siquiera ver aquello por lo que habría que perdonarme, pero sí le digo lo que siento: gracias por su amor.
Me he permitido dar rienda suelta al sentimentalismo. No siga usted mi ejemplo.
Lev Tolstoi



Por Luis Ruiz.

viernes, 22 de marzo de 2013

Como una lechuga verde y fresca acabada de arrancar del huerto.


Yo nunca pensé en el tiempo con tanta insistencia y alevosía. Como allá siempre brillaba el sol (también con insistencia y alevosía). El caso es que mirar por la ventana hacia el cielo, y no para encomendarme a los dioses ni nada que se le parezca, sino para ver que me depara hoy, es ya una manía. Me ha poseído más que el sexo, y ya eso de por si mismo es preocupante. Si lo digo yo, algo por estos lares no anda del todo bien. Si el sol, aunque no se vea, pero el relumbrón que proyecta sobre los tejados al otro lado de la calle, da indicios de andar cerca, me alegro como un tonto. Uno puede ser feliz con tan poco. Mira que tarde vengo a descubrir esos detalles. Aunque nunca es tarde, dicen. Yo hubiera preferido que todo lo bueno me llegara bien temprano, antes de desmorcillarme todo. Que ya casi me asusto frente al espejo cuando me da por hacer comparaciones. Pero de eso no se trata, hay que aceptar, aceptarse, y quedarse tranquilito, quieto en bola. Lo más importante todavía funciona, y muy bien (modestia aparte), y no hablo de la cabeza, total, que si esta un día se desajusta no será tan grave. Guayabitas en la cabeza siempre tuve, y creo que eso se ha desarrollado más en los últimos años. No, no le voy a hechar la culpa al exilio. O al insilio y todas esas porradas de que por allí ahora se habla tanto entre los del patio. Y mira que pasan cosas en el patio. O en los patios, que se han prolongado misticamente por todo el universo como un contagio. Pero lo mío, reitero, es el tiempo, las estaciones. Ahora mismo estamos en primavera, dice el calendario, y nieva. No es raro? El mundo anda de cabezas. Pero allí esa luz, o el relumbrón de que les hablé. Y yo contento como una lechuga verde y fresquita acabada de arrancar del huerto.


Por Luis Ruiz.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Sexus, Henrry Miller.


Leo. O mejor dicho, releo. Acostumbro  tomar un libro del librero, ya leído, y volver a su lectura después de mucho tiempo. Siempre hay cosas por descubrir, olvidadas, o que en su momento pasaron inadvertidas. O porque una frase, un párrafo completo, una idea, adquieren nuevo significado según el estado de ánimo o las condiciones del momento.

"Tu no podrías ser artista, en primer lugar, porque te falta fé. Tú no puedes tener hermosas ideas porque las matas de antemano. Niegas aquello que se necesita para crear belleza, que es amor, amor a la vida misma. Tu ves los defectos, lo despreciable en todo. Un artista, aún cuando detecta el defecto, lo convierte en un no defecto, si se me permito decirlo así. No trata de simular que un gusano es una flor o un ángel, pero corporiza al gusano en algo más grande. Sabe que el mundo no está lleno de gusanos, aún cuando vea millones o billones de ellos. Tú miras un pequeño gusano y dices "mira, cómo está de podrido todo". No puedes ver más allá del gusano. Bien, discúlpame, no quería ser tan cáustico ni tan personal. Pero espero que comprendas lo que quiero decir".

Por Luis Ruiz.

martes, 19 de marzo de 2013

La familia, acryl sobre lienzo.



Por Luis Ruiz.

Autocompación.



Por Luis Ruiz.

Ah, que tiempo...


Nieva sobre Berlin. Y pareciera que no tiene intención de parar. Nada de primavera, por el momento, han dicho los expertos. Miro a través de la ventana. Y no sé si consolarme con la teoría (macabra), de que es una suerte contemplar este paisaje que tengo frente a mí. Ni hablar de los grises, empeñados en no dejar pasar el sol. Si no decido otra cosa a lo largo del día, será un encierro inevitable el que me espera. El resto de energías que me queda no sé por dónde anda. Debajo de la cama, en uno de los muebles de la cocina con los potes de limpieza, en el inodoro...? Pondré música y saltaré para que el cuerpo no se oxide. Todo es una conspiración. Voy a la cocina a por el segundo espreso.

Por Luis Ruiz.