sábado, 16 de octubre de 2010

Maurice.

Cuando por algún motivo me voy a la cama sin leer, me cuesta trabajo dormirme. Las historias me rondan cual murcielagos enloquesidos por la repentina aparición de una luz indeceada en su territorio. Siempre tengo sobre la mesita de noche varios libros, bolígrafo y una libreta de notas. Incluso si a media noche me sorprende el desvelo, me levanto a leer, lo que ultimamente me suele ocurrir. Dicen que con los años se duerme menos. A mí por lo menos me encanta vagar entre las brumas de la noche, desplazarme por las habitaciones en penumbra, mirar por la ventana hacia la inmensidad nocturnal que transforma la ciudad dotándola de un sentido diferente.
En estos momentos leo de E. M. Forster, Maurice. Maurice descubre el amor homosexual, se enfrenta a sí mismo y huye de las convenciones para realizarse. Creo que Maurice hubiera preferido nacer en estos tiempos, y haber conocido a Clive o a Alec en un Bar del Soho del Londres de hoy. Forster comenzó a escribir la novela en 1913 y la acabó en el 1914. La novela es publicada en 1971 tras la muerte del autor.

Segunda Parte
18





Durante los dos años siguientes Maurice y Clive fueron los seres más felices de la tierra. Eran cariñosos y firmes por naturaleza y, gracias a Clive, extremadamente sensibles. Clive sabía que el éxtasis no puede durar. Pero que puede marcar un canal para algo más duradero, y proyectó una relación que mesuró permanencia. Si Maurice creaba el amor, era Clive quien lo preservaba, y quien hacía que sus ríos regaran el huerto. No podía permitir que se desperdiciase ni una sola gota, ni en amargura ni en sentimentalismo, y a medida que el tiempo transcurrió se abstuvieron de toda declaración ( "Ya nos lo hemos dicho todo") y casi de caricias. Su felicidad era estar juntos; irradiaban algo de su calma hacia los demás, y podían ocupar su lugar en la sociedad.
Clive se había proyectado en esta dirección desde que había comprendido el griego. El amor que Sócrates profesaba a Fedón estaba ahora a su alcance, amor apasionado pero lleno de equilibrio, que sólo las naturalezas más delicadas pueden comprender, y hallaba en Maurice una naturaleza, si bien no realmente delicada, si encantadoramente viva. Conducía al amado por las cumbres a lo largo de un estrecho y bello sendero, sobre dos abismos. Este sendero llevaba a la oscuridad final-no podía ver ningún otro terror-, y cuando ésta llegase ellos habrían vivido de todos modos con más plenitud que santos o hedonistas, y habrían apurado hasta el final la nobleza y la dulzura del mundo. Él educaba a Maurice, o más bien su espíritu educaba al de Maurice, para que fueran iguales. Ningúno de los dos pensaba: Estoy dirigido? Dirijo yo?. El amor había apartado a Clive de la trivialidad y a Maurice del desconcierto para que dos almas imperfectas pudiesen alcanzar la perfección.Así, procedían en lo exterior como los demás hombres. La sociedad los aceptaba, como acepta a miles de seres semejantes a ellos. Tras la sociedad, dormita la ley. Pasaron sus últimos años en Cambridge juntos. Viajaron por Italia. Después, la prisión se cerró, pero sobre ambos a la vez. Clive entró en el foro. Maurice en los negocios. Aún estaban juntos.


Por Luis Ruiz

jueves, 14 de octubre de 2010

Frase encontrada hoy en la prensa.

"Cuando el pasado deja de iluminar al futuro, el espíritu avanza a oscuras"


Tocqueville



Por Luis Ruiz

Desde Camaguey, una colaboración de Adriana Quesada para éste blog.

Imágenes
I
Alberto es sabio,
ve su imágen reflejada en el espejo
y no se asusta,
sonrríe
y no llora,
sonrríe
y no se enfada,
sonrríe.
Ah, pero hoy Alberto
a perdido el espejo,
y tras mucho llorar,
recordó su imágen
y le dijo:
Sonrríe.
II
La taza para el té no tiene aza,
ni tengo platillo para sostenerla,
asi que si no te gusta amargo,
véndela.
Adriana Quezada
Por Luis Ruiz

miércoles, 13 de octubre de 2010

Mañana de otoño.

Hermosa mañana de otoño. Mientras tomaba un delicioso café espresso en el kiosco de mi amigo italiano y conversabamos en italiano-español-alemán. Maravillas de la intercultura.

lunes, 11 de octubre de 2010

Nadie entra, nadie sale...


Nadie entra, nadie sale. Llanto de bebé en el pasillo. Tic tac, los tantos relojes marcan el tiempo, cantan su peculiar Aria cuando la tarde va perdiendo su armonía. O recuperando otra, más densa y opaca. Como si adivinara que debe adaptarse a mi ritmo. Y no puedo hacer nada por rescatarla, retenerla entre mis dedos acuosos.
De qué está hecha la poesía?
Un tiempo (mi tiempo) de soledades infinitas. Aunque me lo niegue a mí mismo. Aunque lo abrace y me aferre a la precariedad de su existencia. Todo será en vano. Pamplinas. Sueños velados. Realidad prendida con alfileres al pétalo de una rosa.
La ventana: mi cuadro de salvación.
Escribo esto y voy hacia allí, como tratando de descubrir algo nuevo, la apoteósis de una ciudad o un mundo imaginado, al que me aferro para no perderlo. Porque el otro mundo, el verdadero, lo perdí. No sé como. Olvidé añadirlo al equipaje cuando vine. No soy místico, pero enciendo velas y hasta una varilla de incienso, y creo que me ayudarán a ser mejor y tener más suerte. Aquí el que no tiene de congo tiene de carabalí.
Y entre copla y copa y otras soledades, llegó la noche. Oscuridad. Una nueva forma de luz. Donde soy una sombra más jugando a reconocerme con ayuda de la fantasía.
Por dónde anda el placer? Leo. Lo busco. Lo encontré? Aunque soy un poco desvergonzado no alentaré maquiavélicos pensamientos. Ya el cuerpo se recobra, se prepara para una nueva batalla. Cede al impulso. Descansa. Se revitaliza. Es bueno pensar que no son sólo componendas del diablo. Se es mortal o no.
Y yo lo soy.


Por Luis Ruiz

Decadere, Coreografía de Marianela Boan.






Por Luis Ruiz

domingo, 10 de octubre de 2010

De mis lecturas.

Terminé de leer "Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones" de Charles Bukoski. Vaya título. En realidad no creo que entre los heterosexuales las cosas sean tan fáciles. Son más conservativos. Sin embargo yo podría escribir un libro mucho más sucio que ese y todo sería verdad. Los hombres somos más desprejuiciados, más animales y sucios. Eso es el sexo. Una lucha de cuerpos, que cuando termina no hay nada más que hacer. El sexo es un instinto animal. El amor es otra cosa. Pero muchos confunden el cuerpo con el corazón. Ambas cosas pueden compensarse; aveces funciona. Una amiga mía dice que le gustaría ser como nosotros. Cómo?-le pregunto. Así como ustedes. Mi amiga y yo comenzamos hablando de arte y terminamos hablando de sexo. Siempre. Entonces nos reímos como diablos y brindamos por nuestra desverguenza.
Recuerdo otra amiga mía, que cuando llegaba a su casa y se estaba bañando, yo me sentaba en el inodoro y conversábamos como si estuvieramos sentados en una terraza tomando café. Nunca pensamos que violabamos alguna regla.
Otra amiga mía, cuando llovía y tronaba tenía que salir al balcón a masturbarse. No podía evitarlo. Tampóco ocultaba sus instintos. Eso ocurría allá en la isla donde las tormentas son tan comunes. Mi amiga es artista, una mujer muy sensible. Y hasta musa de una pintora fué. No sólo en la literatura suceden cosas así.
Confesarlo es diferente. No todos abren las puertas de su cuerpo y dejan entrar al batallón de curiosos, que espera la oportunidad de colarse por una rendija y gozar del espectáculo, para después salir diciendo: Inmoral inmoral inmoral...!



Por Luis Ruiz