sábado, 10 de julio de 2010

Calvin Klein in Berlin

Berlin Fashion Week, Diseñadores de mañana.

Berlin Fashion Week

Del cuaderno "Apuntes de un vendedor de periódicos"

Es de suponer que me encuentro, no en un punto muerto, sino en un espacio diferente.

Afuera la tarde se desliza esplendidamente entre ases de luz, cuyos deslumbramientos pueden verse sobre los techos planos del edificio al otro lado del patio. Escucho voces, aunque no se definir de donde proceden. Pueden ser voces infantiles, pero tampóco estoy seguro de la calidad de esos sonidos, que eso si, proceden de los pisos inferiores o del exterior. Los cristales de las ventanas me dan la oportunidad de una visión más amplia y al mismo tiempo limitada. De cualquier forma una impresión de expansión que puede ampliarse según las referencias de los sentidos.

Advierto, en la perspicacia con que pretendo darle un sentido a las horas, que se puede aprovechar el momento para hacer un ejercicio de paciencia que de sus frutos, como los de un árbol plantado con mucha esperanza en terreno baldío.

Hecho una mirada al interior de éste cuerpo para tratar de descubrir, quizá sin resultado alguno, lo que se esconde en los rincones más aislados y que no quiere revelarse. Digamos que buseo sin escrúpulos como un rescabuchador en busca de incentivos.

Esto me lleva a la tarde de ayer y a la experiencia vivida en un area del parque, por donde me interné cuando regresaba a casa. Caía una lluvia fina que no me impidió persistir en mis propósitos. Me sentía excitado, con una excitación corporal e íntima, que más bien me impulsaba a continuar el camino. Pequeños senderos trazados entre la maleza, sigzagueantes, conducían a espacios de luz y sombra, limitados por una cerca de alambre que daban a la entrada de un tunel. Si bien es cierto que no era la primera vez que visitaba el lugar. De cualquier modo la experiencia se me revelaba como un acontecimiento nuevo, excitante, lleno de aventuras.

Me paré junto a uno de los pequños trillos, las manos en los bolsillos en actitud de espera. Descubrí que no estaba sólo. Avancé unos pasos con cautela, hacia una esquina donde había vislumbrado una sombra movediza. Un hombre vestido de harapos, con los pantalones bajos, se sobaba el miembro erecto sentado sobre la tierra. Retrocedí un poco asustado, y me alejé hacia el otro extremo sin renunciar a mis propósitos de espera.

Al poco rato me percaté de que no llovía más, me alegré de no ser sorprendido por una tormenta anunciada que inesperadamente daba lugar a la aparición de unos rayos de sol colándose por entre las ramas de los árboles. De pronto apareció un jóven en bicicleta. Diría yo: una aparición! Un ave de paso. Demasiado hermoso-pensé. Pasó frente a mí sin dejar de observarme. Lo miré. Quise desviar la mirada para no ilusionarme. Lo vi detenerse a unos metros, parquear la bicicleta junto a unos arbustos, y depositar a sus pies el bolso que llevaba colgado de la espalda. Nos dirijimos una mirada cómplice, estudiada. Ningúno de los dos estaba dispuesto a perder el tiempo. Lo vi desenpaquetar la naturaleza de sus atributos en un alarde de superioridad contrastante con los que yo ya le mostraba. Nos acercamos. Nos unimos sin decir más de aquello de lo que los cuerpos eran capaces de manifestar. Nos vaciamos uno sobre el otro, sin asco o falsos prejuicios. No dijimos nada porque no había nada que decir. En realidad las palabras estaban de más. Nunca como en un momento así el silencio recobra su valor más preciado. Digamos que la carne se basta para expresar las ideas más sublimes.

Ni siquiera nos despedimos. Es más, intentamos no mirarnos a los ojos; ignorarnos. Decidimos secretamente no manchar con falsos ademanes lo más hermoso, quedarnos marcados de la experiencia única, transitoria, propiciada por el encuentro.


Por Luis Ruiz

miércoles, 7 de julio de 2010

Zurück in Berlin

Después de una ciudad tan ruidosa y excesiva como Madrid, regresar a Berlin es como ingresar en un centro espiritual a hacer cura de todos los excesos vividos. Tales excesos me han dejado refrito, y como resultado una gripe y debilidad que en estos momentos trato de compensar con un plato de sopa caliente a pesar del calor que también azota a Berlin, aunque anoche cuando aterrizamos al borde de la madrugada al Aeropuerto de Schönefeld, los termómetros marcaban sólo 15 grados. Atrás quedó la capital de la madre patria, la marcha madrileña, los amigos de siempre y los nuevos amigos, la suerte de nuestro idioma español, y un montón de experiencias resultado de cada viaje cuando se da un salto en las costumbres.

En todo ese tiempo no leí noticias ni accedí a Internet, por lo que estuve limpio y puro, sólo apto para el disfrute. Ahora, de regreso a la rutina (maldita rutina) las aguas van tomando su cause. Aunque lo confieso, me encantan las aguas revueltas.


Por Luis Ruiz