domingo, 22 de abril de 2012

Casal o Martí?, de Virgilio Piñera.

(Tomado de La Habana Elegante)



¿Casal… o Martí?

Virgilio Piñera

Como todo el mundo habla constantemente de nuestro brillante siglo XIX literario — que si el teatro, que si la poesía, que si la novela, que si el ensayo… — y como, al parecer, se esperan milagros de los escritores cubanos que a él pertenecieron (se ha llegado a pensar que en sus obras está el sésamo y ábrete de nuestra literatura por hacer; en realidad, no sé en qué basan sus argumentos), yo, por mi parte, no menos impresionado me he puesto a repensar el XIX.
Por cierto, no es la primera vez que lo hago. Hace algunos años tenía por costumbre «meterme» en la Biblioteca Nacional con objeto de empaparme de nuestro Gran Siglo. Parece que me mojé con exceso. Aunque la Avellaneda siempre tuvo la virtud de exasperarme (nunca pude tragar su famosa «perfección formal», y encima de eso, sus quejumbres), aunque para desesperación del señor Chacón y Calvo puse al desnudo a nuestra gran poetisa, con todo, el siglo XIX cubano me seguía pareciendo nuestro Gran Siglo. Pasados veinte años, adoración tan ciega ha empezado a recobrar la vista: es decir, continúo adorando a nuestro Gran Siglo, pero tengo muy abiertos los ojos sobre él.
Es así que nuestra generación, frente al XIX, lo miraba con nostalgia, y, por estimarlo plenamente logrado se miraba ella misma un tanto frustrada. Ignoro los pensamientos de los escritores cubanos del siglo pasado sobre el siglo XVIII cubano (por supuesto, dicho siglo no pasó nunca por Cuba), pero estamos autorizados a suponer que si los tuvieron también ellos pudieron haber llegado al convencimiento de su propia frustración. Lo peor que puede hacerse con un siglo literario es tomarlo como espejo: uno se mira en él, y como ocurre que la cara que allí se asoma está en proceso de formación, algo bien desagradable, contrahecho y confuso se refleja. O también, los siglos pasados sirven de pretexto o excusa para encubrir una impotencia de expresión momentánea: «¡Ah, Casal, qué gran lírico (y uno suspira), y Zenea, qué elegíaco insuperable…[»]. Después hay los arquetipos: Piñeiro es el crítico; Martí el orador; Villaverde el novelista; Casal el poeta… Esto es inobjetable, pero ciertos juicios, tomados como absolutos, resultan, a la postre, negativos. La ciega adoración, no deja lugar a la crítica; uno está siempre de rodillas, con la cabeza baja, y en tal postura se hace bien difícil manejar la espada del pensamiento. Ahora, que ya hemos enfilado la nave hacia nuestra plena integración nacional, me parece que es inaplazable la edición crítica (pero realmente crítica) de nuestros autores del siglo XIX. Con la sola excepción de José Antonio Portuondo (que se ha apoyado en el método dialéctico), prologuistas, ensayistas y demás se han empeñado en una crítica, que en el mejor de los casos no pasa de puramente impresionista, para no hablar de la de compromiso: estéril y abominable.
Va para cinco años que en mi artículo sobre Ballagas decía: “En cierta ocasión me contaba el escritor Charles Steinberger que nuestra historia era tan cercana, nuestros héroes tan recientes que el también crítico de esa historia y de esos héroes produciría de seguro irritación en sus lectores si se decidiera a decir toda la verdad». Cuando la garganta está hecha a la suavidad del anís resulta muy amargo el trago de aguardiente. Y aquí es oportuna la frase de Fidel: «No más curitas con mercuro cromo». Demos al César lo que es del César, pero al mismo tiempo descubramos sus enaneces, que de seguro las tiene.
Y como giramos continuamente en la órbita del XIX, no he podido evitar que el pensamiento se detenga en dos de las figuras literarias más apasionantes de dicho siglo: Casal y Martí. Mis pensamientos se centraron en la condición de poetas de ambos, y, sobre todo, si sería procedente bajar un tanto a Casal de su plinto y subir un poco más a Martí en el suyo. Esta operación (la palabra está de moda) levantará de seguro una ola de indignación. No me importa: las indignaciones me dejan helado —«Cómo! — dirán — ¿Bajar a Casal y subir a Martí?... «Si Casal es nuestro gran lírico, y, en cambio, Martí hizo poesía ocasionalmente»….
Tales afirmaciones descansan sobre una evidencia, pero si el pensamiento no puede rebasarlas, nos toparemos con la mixtificación. Casal puede seguir siendo nuestro gran lírico, y junto a eso sentir nosotros que su lectura nos deja un tanto fríos; igualmente, reconoceremos que Martí hizo poesía al margen de sus actividades políticas, que fue poeta a ratos perdidos, y sin embargo, su lectura resultarnos muy vivificante. A esto me refiero cuando hablo de bajar un tanto al uno y subir un poco al otro. Ni Casal amengua su gloria y Martí no rebasa los límites de la suya.
He releído a Casal y lo sigo sintiendo como un poeta que perteneciera al siglo en que le tocó vivir, con su pequeño mundo, con sus problemas personales, con su melancolía de buena ley y la gigantesca sombra de Baudelaire. Todo ello dio como resultado una poesía perdurable, que siempre leeremos sin fastidio y sin que nos vengan ganas de tirar el libro. Pero junto a eso, también la sentimos desligada del mundo en que nos ha tocado vivir, y algo más importante: no vemos, aparte de su valor estético, qué ayuda podría depararnos. Y es que a medida que nos vamos alejando de la vieja concepción burguesa del mundo (¡y cómo nos alejamos, y cuán velozmente!) no ya Casal sino hasta el mismo Baudelaire nos resultan inoperantes. En cambio, Martí, poeta de ocasión, en un sentido, menos poeta que Casal, nos resulta cercano, a tono con nuestra circunstancia; como, si un poco, sintiéramos que nosotros mismos hubiéramos firmado sus poemas. Acaso esto se deba a que la materia prima en Martí es lo revolucionario, presente siempre en cualquier manifestación de su intelecto. Casal se limitaba a llorar sobre las ruinas de un mundo ido para siempre; no son sus poemas otra cosa; por el contrario, Martí gritaba, exigía, se rebelaba.
Y nuestro mundo de hoy se compone de eso: de gritos, rebeldías, exigencias y más que todo: de confianza. ¿Será pues gran profanación preferir Martí a Casal?

Lunes de Revolución, 16 de junio de 1959


Por Luis Ruiz.

No hay comentarios: