Al principio mi suegra miraba entre asombrada y escéptica cuando me veía recolectar flores artificiales, que recogía de los terrenos aledaños a la casa. Seguramente no comprendía como podían llamarme la atención esas florecillas que crecían por doquier, tan diminutas y rupestres, con las que a ella no se le hubiera ocurrido formar un ramo y colocarlo en un florero. Por qué no las rosas que en hilera crecían desde la entrada hasta el portal trasero? Pero se acostumbró a esa manía mía por las cosas más ínfimas de la naturaleza, y hasta llegó a concederles cierto encanto. Mi suegra no es consciente de mi estética enfermiza, por lo que no puede explicarse el por qué de ciertos gustos míos. Además, ella vive rodeada de naturaleza viva y sus afanes son otros.
Yo no desisto de mi interés, salgo a los sembrados, recojo flores silvestres, ramas verdes y todo lo que me parece hermoso, y me los traigo a casa. Además, cámara en mano voy haciendo fotos que luego contemplo en casa lleno de fascinación.
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