
Al azar, como aquel juego de cuando nos reuníamos a leer fragmentos de un libro abierto en cualquier página, a modo de respuesta a lo que el anterior había leído, estableciendo así un diálogo que en su aparente incoherencia resultaba fabuloso. Desde entonces no pierdo la costumbre, y lo utilizo a menudo para buscar respuestas a preguntas que me hago a mí mismo.
De Sodoma y Gomorra, de Marcel Proust:
Y hasta llegó a ocurrir la cosa en una misma comida, donde continuaba con el otro la conversación comenzada con el primero. A la larga, por asociación de ideas, llegó a odiar de tal modo los tomates, incluso los comestibles, que cada vez que oía a un viajero pedirlos junto a él en el Gran Hotel, le decía por lo bajo: "Perdone, caballero, que me dirija a usted sin conocerle, pero he oído que pedía tomates. Hoy están podridos. Se lo digo por su bien, pués a mí me es igual, yo no los tomo nunca".
Por Luis Ruiz.
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