viernes, 22 de marzo de 2013

Como una lechuga verde y fresca acabada de arrancar del huerto.


Yo nunca pensé en el tiempo con tanta insistencia y alevosía. Como allá siempre brillaba el sol (también con insistencia y alevosía). El caso es que mirar por la ventana hacia el cielo, y no para encomendarme a los dioses ni nada que se le parezca, sino para ver que me depara hoy, es ya una manía. Me ha poseído más que el sexo, y ya eso de por si mismo es preocupante. Si lo digo yo, algo por estos lares no anda del todo bien. Si el sol, aunque no se vea, pero el relumbrón que proyecta sobre los tejados al otro lado de la calle, da indicios de andar cerca, me alegro como un tonto. Uno puede ser feliz con tan poco. Mira que tarde vengo a descubrir esos detalles. Aunque nunca es tarde, dicen. Yo hubiera preferido que todo lo bueno me llegara bien temprano, antes de desmorcillarme todo. Que ya casi me asusto frente al espejo cuando me da por hacer comparaciones. Pero de eso no se trata, hay que aceptar, aceptarse, y quedarse tranquilito, quieto en bola. Lo más importante todavía funciona, y muy bien (modestia aparte), y no hablo de la cabeza, total, que si esta un día se desajusta no será tan grave. Guayabitas en la cabeza siempre tuve, y creo que eso se ha desarrollado más en los últimos años. No, no le voy a hechar la culpa al exilio. O al insilio y todas esas porradas de que por allí ahora se habla tanto entre los del patio. Y mira que pasan cosas en el patio. O en los patios, que se han prolongado misticamente por todo el universo como un contagio. Pero lo mío, reitero, es el tiempo, las estaciones. Ahora mismo estamos en primavera, dice el calendario, y nieva. No es raro? El mundo anda de cabezas. Pero allí esa luz, o el relumbrón de que les hablé. Y yo contento como una lechuga verde y fresquita acabada de arrancar del huerto.


Por Luis Ruiz.

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