domingo, 27 de junio de 2010

Del cuaderno "Apuntes de un vendedor de periódicos"

Hace buen tiempo, lo cual es una bendición de dios por estos lares. Aunque parezca increíble el verano no es tal, al menos como lo conocemos en otras partes del mundo. Si como sucede esta tarde, brilla el sol y el cielo es azul y despejado, podemos pensar que de alguna manera la suerte ha tocado a nuestra puerta. Aquí he aprendido a depender de los pronósticos del tiempo. Bueno, más bien diría que se ha convertido en casi una obseción. Por la mañana cuando despierto lo primero que hago es mirar hacia el cielo. Normalmente no recivo respuesta, pero es una guía. Hoy es diferente, el día es como un amante insaciable que quiere ser poseído.

Después del desayuno salí a caminar. Atravesé la Estación de Nollendorf Platz, crucé la Büllowstr, y bajé por la Massenstr en dirección a la Winterfeldt Platz. Caminé despacio, sin prisa, consciente del valor del tiempo que no conoce lo que significa tener que llegar a alguna parte. En realidad no deseaba llegar a lugar alguno. Me dejaba ir. Así como quien vaga sin destino, dispuesto a perder el tiempo. Tampóco trataba de descubrir lo que ya conocía. Más bien observaba distraídamente las casas de mi barrio. Eso , me sorprendí reconociendo que ya pertenecía a ésta ciudad a la que había llegado hace ya quince años. Y pensé en el tiempo, en las circunstancias, y me dije: Eres hijo del destino. Y me pregunté: Qué es el destino? Pero como suele suceder, la distracción me aleja de las cosas esenciales.

Los Cafés recivían a sus primeros huespedes. Allí sentados a las mesas colocadas junto a la acera, bebían el primer café de la mañana y disfrutaban del buen tiempo. Pasé frente a ellos con una indiferencia casi irreverente. Los espejuelos oscuros me distanciaban de cualquier contacto visual con los desconocidos. Ellos tampóco reparaban en . No me sorprendió. Aquí nadie mira a nadie. Cada uno a lo suyo. De alguna manera había aprendido la lección.

Como no existía una razón especial para entristecerme, seguí mi camino. Ni siquiera la sorprendente aparición del verano cambiaba el orden de las cosas. Algunos incluso vestían ropas de otoño, como si temikeran un cambio intespetuoso de tiempo. De haberme empeñado en buscar una señal en esos rostros contritos y huraños, no habría encontrado nada. Ni siquiera el desaliento escondido que me acompañaba. Era dueño absoluto de mi silencio, mis pasos, de mi rumbo.

Nunca antes fuí más libre.

Podía incluso gritar, cagarme en la madre del primer pasante; nadie intentaría detener lo que a todas luces catalogarían de locura. Después de todo, a quien le importa que un cubano procedente de Camaguey se sienta sólo y vague sin rumbo cierto por las calles de Berlin?.


Por Luis Ruiz

No hay comentarios: