Hoy volví a la Hugendubel. Hace tiempo que no subía al Café del primer piso. Antes iba todos los días y permanecía allí horas. Del estante de libros en español, bastante escaso de buenos títulos por cierto, hoy ví algunos de Mario Vargas Llosa, sin duda a causa de su Nobel, tomé un ejemplar de cuentos cubanos, lo cual me asombró. Virgilio Piñera, Reinaldo Arenas, Carlos Victoria, entre otros.
Pedí un espresso doble. Con suerte logré sentarme en una de las cómodas butacas junto a la ventana que da afuera. Leí de un tirón todos los cuentos. Carlos Victoria me llevó a Camaguey en el tiempo inusitado de los recuerdos. Al querido Camaguey del nunca más. Y a él, a Carlos Victoria. Delgado, algo desgarbado, el pelo largo lacio casi sobre los hombros. Vivía en Jayamá, un poco más allá del Reparto El Diamante donde yo vivía. Nos encontrabamos a menudo en la ruta 2, y hacíamos el trayecto conversando. Naturalmente, en esa situación hablabamos del calor, las hormigas viajeras, los heliópteros, nada concreto, apolillados entre los demás pasajeros no nos atrevíamos a otra cosa.
Era más común que coincidieramos en casa de algún amigo, o en el parque "Plástico" (alguna loca bautizó así el parquesito junto a Coppelia, por unos anuncios plásticos lumínicos colocados sobre un muro alto frente al Museo de la casa de Agramonte), no podía ser nadie más, estas maravillas sólo pueden proceder de la fantástica imaginación de una loca. O en el parque Agramonte, frente a la Biblióteca Provincial, donde solíamos reunirnos. La complicidad de las esquinas, entonces, unía a los lugareños.
Por Luis Ruiz.
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