La Divina Comedia es interminable. En cualquier teatro y cualquier versión. Los actores, de tanto hablar se han quedado mudos. O eso parece. O los oídos ya no oyen de tanto oir. El parloteo. La rumba. El discurso. El bla-bla-bla. Que pena. Yo, que a contra corriente conmigo mismo, había empezado a asistir a las representaciones, e interesarme. Pero ay, bostezo. Me aburro. Pierdo el interés. Que textos tan sosos. Quien los escribió? Y los actores, uy...que malos. Profesionales o amateurs? Y es como una corriente que se extiende, y se extiende, y se extiende... Arrasa.
Habrá que inventar de nuevo la revolución sexual. Empezar desde el principio. Onda retro. Hagamos el amor. Forniquemos. En grupo. Todos con todos. El sexo libera. Tal vez así las neuronas se recarguen, como las pilas, y funcionen mejor. Preferible a perder el tiempo asistiendo a esas representaciones. Lo mismo con lo mismo.
Yo miro el cielo. Me quedo extasiado. Tan lejos y tan cerca. Vivito y coleando. Pudoroso y putrefacto.
Pero si aquí todo es tan divino. Allá? Vaya usted a saber. Se dicen tantas cosas.
Por Luis Ruiz.
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