martes, 19 de julio de 2011

La tarde.

De repente la tarde se torna distinta; retoma una suavidad antigua que le desconozco. El cielo, moteado de nubes blancas y grises no es tan áspero como el de esos cielos que anuncian tormentas. Mi entorno se ablanda procurándome cierto deleite. En resumen, la tarde me pertenece, es sólo mía. Quiero ignorar que alguien puede arrebatarme éste privilegio. Y claro que no podrá porque no voy a permitirlo. Aquí y ahora está la felicidad. Hasta ese sonido, el del pajarráco negro sobre sobre los alambres de la antena en el tejado, es música. Y ni que decir del sonido del agua, que no es misterio sino vida, de la pequeña fuente de mi balcón. Y la presencia de las flores? Pero hay más, todo lo que percivo y que llega desde afuera es vida. Formo parte de ese conglomerado de sucesos que son la historia de hoy y de mañana. Así que no podrán ignorarme. Soy testigo presencial. La luz de la tarde sobre ésta página que va llenándose poco a poco, es un acontecimiento para celebrar. Lo sé. No ignoro que estar aquí es un privilegio. Las posibilidades son infinitas. Largo ha sido el camino para llegar a esta tarde. Pero valió la pena. Por eso éste acierto de mi cuerpo y mi espíritu con relación a esta tarde. El momento preciso de la resurrección de un sentimiento que engarza las cuentas del destino, haciéndo con ellas un collar de perlas muy valioso.


Por Luis Ruiz.

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