sábado, 6 de agosto de 2011

Libros viejos.

Unos cuantos peldanos y desciéndo a un sótano mal iluminado y repleto de libros, revistas y papeles de todo tipo. Detrás de unos cajones, sobre los cuales también se amontonan varios ejemplares de lomos gastados y hasta rotos, un hombre mayor. Pregunto si tiene libros en espanol. Al principio ha creído que le pregunto si habla espanol y me contesta en inglés. Su tono de voz es pausado, y tan bajo que casi no se le escucha. Me conduce hasta el fondo de lo que sin lugar a dudas es una librería, aunque no lo es oficialmente, más bien se trata de un depósito de libros viejos. Tengo un ejemplar de Kafka-dice. Es un milagro que sepa donde se encuentra el único libro en espanol que posee, el cual saca de debajo de una pila de otros libros en alemán. Me lo entrega diciéndo algo que no comprendo, su voz, de tan débil, se pierde en el espacio. Lo tomo entre mis manos casi acariciándolo. No puedo evitarlo, un libro y en una atmósfera semejante, se me antoja el cuerpo de un amante que aparece entre las sombras ofreciéndose. Tengo que tocarlo, y poseerlo. Sin capitulaciones.
Leo: Franz Kafka, Diarios (1910-1923). EMECÉ EDITORES,S.A. Buenos Aires 1953. Traducción de J. R. Wilcock.
Lo llevo-digo. Pago, doy las gracias, le deseo al senor buen fín de semana, subo los tres o cuatro peldanos que conducen a la calle, y continúo mi camino.


Por Luis Ruiz.

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