viernes, 17 de febrero de 2012

El tranvía extraviado, de Nikolái Gumiliov.

Para mí aquel barrio era desconocido, / de repente oí los graznidos de un grajo, / notas de un laúd, ¿o un lejano rugido?: / volaba un tranvía por la calle abajo. / Por algún misterio sucedió que luego / yo mismo viajaba dentro del tranvía; / dejaba a su paso una estela de fuego / que brillaba incluso a plena luz del día. / alado, corría, ¡negra tempestad!; / volaba extraviado a través del abismo / del tiempo… «atención, conductor, por piedad, / detén el vagón, detenlo ahora mismo». / tarde: hemos pasado hasta la última almena, / todo un palmeral quedó atrás por el lado, / y a través del Neva, del Nilo y del Sena / por tres puentes nuestras ruedas han chirriado. / Por la ventanilla, aparece un momento, / mirando hacia dentro con el gesto huraño / un viejo mendigo –si no me lo invento– / aquél que en Beirut vi matar hace un año. / ¿En dónde me encuentro? afligido, angustiado, mi corazón dice latiendo a raudales: / «ves la estación donde se vende al contado / un billete a las Indias Espirituales». / Un cartel… con una escritura sangrienta / que reza: «verduras»; pero sé de cierto / que no sólo nabos están aquí en venta, / se trata, más bien, de cabezas de muerto. / En camisa roja, con cara de ubre, / rebana también mi cabeza el verdugo / y en un cajón grande la arroja; y la cubre / con otras cabezas que rezuman jugo. / El gris de la hierba… Una casa, mirad, / con sus tres ventanas: en el callejón, / tras un seto: «aquí, conductor, por piedad, / para ahora mismo, detén el vagón.» / aquí tú has cantado, María, y vivido; / aquí para mí bordaste una cubierta; / tu cuerpo y tu voz, ¿hacia dónde se han ido?: / ¿es posible acaso que ahora estés muerta? / Mientras en tu cuarto en terrible agonía / yacías, con una empolvada peluca, / fui a la emperatriz a rendir pleitesía / y no volvería a verte viva nunca. / nuestra libertad sólo es luz emanada / –hoy lo sé– en lejanas regiones etéreas. / hombres y animales están a la entrada / del jardín de fieras que son los planetas. / Pero siento un aire, familiar, ligero: / desde la otra orilla, una embestida cruel: / la mano de cobre del jinete fiero / y las arboladas patas del corcel. / Para la ortodoxia, fortaleza y guía, / San Isác se esculpe sobre el cielo: allí / haré una oración de salud por María / y dirán la misa de réquiem por mí. / Pero el corazón está desconsolado, / cuesta respirar y mi vida es dolor: / María, jamás me hubiera imaginado / que pueda existir tanta pena y amor.


Por Luis Ruiz.

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