domingo, 8 de julio de 2012

La noche.

La noche el laberinto donde se empalma el deseo. Aquelarre. Aunque darse al otro (un semejante) entre las sombras sin conocer la identidad del susodicho es ya un acto de soberbia casi angustia. Pero no menos gratificante. Aunque pudiera afirmarse que el acto, así, cobra calidades insuperables de un placer irrenunciable, proclive a repetirse y buscarse cada vez que la carne grita. La noche sujeta (fijamente) a erecciones descomunales, dolorosas, oliendo a sustancias corporales manadas de un espasmo interior incontrolable, sonando a gemido de doliente azaeteado por el verdugo. Oscuridad que niega todos los presagios, todas las desdichas, que enaltece y premia. Noche. Oh, noche! Sin pavor, ni rostro, sólo tacto, confrontación, duelo de gigantes. Lecho y lujuria; creación divina. Destino del que proclive a los excesos va en busca de sí mismo.


Por Luis Ruiz.

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