domingo, 23 de agosto de 2009

El Domingo

Pausa de domingo. Luz diáfana y clara. Es medio día. Sólo el sonido de un helicoptero sobrevolando el techo de nuestro edificio, rompe el silencio. El domingo es un día incierto. Creo que así es en todos los lugares del mundo. Confieso que no me gustan los domingos.

Al contrario de lo que esa paz sugiere, no encuentro la paz sugerida. Día inactivo. Disfruto de la febril actividad de la ciudad los días de semana. Es en esa vida donde encuentro mi fuente de inspiración.

Después del desayuno nos fuimos al Mercado de antiguedades de la Avenida 17 de Junio. Atravesamos el Tiergarten. Al pasar por el lago retraté a una pareja de cisnes blancos que nadaban elegantemente en sus aguas. Me quedé un rato junto a la orilla. Un perro saltó al agua, y luego salió sacudiendose con un trozo de madera en la boca. Tres jóvenes pasaron remando, reían, disfrutaban sin duda pensando en su habilidad con los remos. Se aburren los jóvenes un día de domingo ?.

Paseamos entre los diferentes toldos donde se exiben verdaderas joyas antiguas, nos deleitamos con las lámparas y muebles, y cuadros, y todo lo que allí se vende. Preguntamos precios, hacemos comentarios. Algunos domingos ese constituye uno de nuestros paseos favoritos. Logramos contenernos y no compramos nada. Muchos coleccionistas que acuden allí regatean precios con los vendedores, entre ellos muchos turistas. La actividad del mercado sugiere otro tipo de vida. Estos objetos usados, incluso los de menos valor incitan mis fantasías.

Mira esa butaca, pasa en nuestra habitación. Esas mesas son las ideales para poner a cada lado de la cama. Siempre he sonado con un reloj de pared, mira aquel. Esa escultura de marmol es bellísima. Que lámpara de lágrimas de cristal tan hermosa. Oh,esos candelabros !. Que marcos de cuadros tan lindos para mis pinturas. Esa fuente es magnífica, para la terraza que siempre has querido tener. Mejor ni preguntar el precio, sigamos.

Desandamos el camino para regresar a casa. Al pasar por el puente sobre el canal nos detenemos a mirar un barco lleno de turistas entusiastas que pasa, y se pierde más allá del otro puente que podemos ver desde donde nos encontramos. Cruzamos frente al hotel Berlin-Berlin, frente a cuyas puertas se encuentra un grupo de turistas al asedio de los deportistas que allí se hospedan, y que participan del mundial de atletismo. En la próxima esquina cruzamos la calle. Como es domingo hay poco tráfico.

Llegamos a nuestro apartamento con la certeza de haber cumplido ya nuestro objetivo. Al menos han pasado un par de horas. Abrimos la puerta del balcón para que circule el aire. Bebo un vaso de agua (pudo haber sido una copa de vino, una cerveza fría, un wisky con hielo, un cuba libre), pero no, bebo un vaso de agua. Volvemos a ser los mismos, los de siempre, los de cada domingo.

Y adviertase que he hablado en plural. Siempre nosotros. El y yo. No he deambulado por la ciudad sólo, sin companía, sino con él. Ralf y yo.

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