lunes, 14 de septiembre de 2009

Alto al fuego, como un soldado en plena batalla, fusil en mano, los nervios tensos, dotado de una aparente serenidad, listo para demostrar fuerza y bravura. Bebes un trago de agua. No para calmar la sed que no tienes, sino para sentir la húmedad del líquido en los labios y la lengua. Te has acostumbrado a ese placer como a tantos otros, de forma progresiva y natural. Reconociendo en los placeres un deleite universal del que no consientes prescindir. Por qué habrías de hacerlo ?. Sabes que no hay tiempo que perder, escuchas atento el reloj bíológico apremiandote a no desperdiciar ciertas oportunidades. Y es que desde siempre fuiste un sibarita, incluso cuando ciertas prácticas tenías que desarrollarlas a escondidas para complacer a los sentidos. Entonces, a pesar de todo te permitiste varios excesos. No te arrepientes, asumes hasta las mentiras piadosas que salen de tu boca. Tampóco puedes evitar el descontrol de tus instintos. Después de todo eres un ser de carne y hueso. Bebes otro trago de agua. Así, humedeciendo sibaritamente los labios, sintiendo la premura de una caricia que les devuelva la sensación de un contacto. Pero antes contemplaste la transparencia del agua, e imaginaste las aguas de un arroyo, y en ellas viste reflejada la hermosura de un rostro. Como sucede con todo lo bello, te sentiste atraído por el mal. Como siempre ocurre (y no podía ser de otro modo), te viste tentado a sucumbir al peligro. Esa visión delataba otros misterios más paganos. Un rostro sin cuerpo no cumple los requisitos necesarios para ser un mortal. Cuantas alegorías. Todas inspiradas por la simplísima simplicidad de un trago de agua. Qué no darías por dejar a tu cuerpo correr a la manigua y animalizarse. Como aquel pintor sodomizado por un nativo bajo el agua. Cualquier referencia te sirve para mortificar los sentidos. Qué te importan las convenciones?. Hace rato dejaste de tener en cuenta a los otros. Digamos que te reconoces en la carne que envuelve tus huesos. Reparas en la fruta que está sobre el plato. Día de sugerencias. Forma y color ofreciendose para ser degustados. Se te hace agua la boca. Reconoce esa debilidad. O más bien, esa fuerza. Apartas la cáscara de la fruta con ademán de iniciado, cuidadosamente, con extrema delicadeza. Conciensudamente. Empiezas por descubrir la punta, luego la parte más gruesa antes de llevartela a la boca. Una primera mordida te revela el grosor, que antes de saborearla dejas que te invada la forma. Más que el trago de agua, es ahora cuando te sientes impulsado a ordenar tus fantasías. No es un capricho, tampóco el cliché de esos paralelismos. Estás excitado. Las manos comprueban la dureza devenida deseo. La verga enhiesta golpeando la tela del pantalón. La auto caricia posee sus cualidades. Cómo vas a sentir verguenza de tu exitación?. Te complace tanto tu sexualidad como la de los otros. Además, un hombre de proporciones abundantes es un objeto de deseo. Te entregas gozoso al ritual de las caricias. Te encabritas de deseo. La fruta en tu boca recobra la multiplicidad de sus valores. Como la fresca y sugerente licuosidad del agua. Tú eres él, el otro. Te tocas, y lo tocas a él. Su imágen es la perpetuidad de otras imágenes. Lo enhiesto forzado a contenerse allá abajo, donde nacen y mueren los orgazmos. Eso es lo que haces: respetar los instintos.

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