martes, 1 de diciembre de 2009

UNA MANANA SIN AMANECER

Al abrir los ojos y comprobar que, aunque ya eran las ocho de la manana no había amanecido, los volví a cerrar. Me di la vuelta dandole la espalda a la ventana. A pesar de sus cuidados para no despertarme, podía apreciar cada movimiento de Ralf, sus débiles pisadas al caminar descalzo sobre el piso de madera, o el casi imperceptible sonido de una taza o un plato en la cocina. Hice intentos por desvincularme de esas nimiedades y volverme a dormir, sin lograrlo. Miré el reloj para comprobar que Ralf esdtsaba al partir. Quizás esa hipersensibilidad se debía a mis nervios crispados. Ultimamente me he sentido afectado por ciertas noticias provenientes de la isla, y a causa de ello renuncié a viajar para pasar las Navidades con la familia, y eso me contraría. La reciente noticia de la muerte de mi tía (hace 24 horas)coloca mi espíritu a la altura de este espantoso tiempo berlinés.

Deseé caer en un sueno profundo que durara largas horas, y al cabo de ese rompimiento con la realidad todo fuera distinto. Al sentir a Ralf cerrar la puerta tras de sí, sin moverme de la cama, me quedé mirando fijamente hacia la ventana, el cielo gris, y la cortina de niebla producida por la escasa luz y la fina llovizna golpeando los cristales.

Por Luis Ruiz

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