jueves, 18 de marzo de 2010

Visión Hessiana

Primera lectura de la mañana (mientras bebo un café, en la tienda).
Este cuento corto de Hermann Hesse (1908), bien pudo haber sido escrito hoy, ahora mismo, por un escritor cubano.
Como suele suceder con las grandes obras y el pensamiento humanista de los grandes pensadores, ésta es una visión anticipada de la realidad de hoy.


LA EJECUCIÓN

En su peregrinación, el maestro y algunos discípulos bajaron de la montaña al llano y se encaminaron hacia las murallas de la gran ciudad. Ante la puerta se había congregado una gran muchedumbre. Cuando se hallaron más cerca vieron un cadalso levantado y los verdugos ocupados en llevar a rastras hacia el tajo a un individuo ya muy debilitado por el calabozo y los tormentos. La plebe se agolpaba alrrededor del espectáculo. Hacían mofa del reo y le escupían, movían bulla y esperaban con impaciencia la decapitación.

- Quien será y qué delitos habrá perpetrado-se preguntaban unos a otros los discípulos-para que la multitud desee su muerte con tanto afán? Aquí no se ve a nadie que manifieste compasión ni llore.

- Supongo que será un hereje-dijo el maestro con tristeza.

Siguieron acercándose, y cuando se vieron confundidos con el gentío los discípulos preguntaron a izquierda y derecha quien era y qué crímenes había cometido el que en aquellos momentos se arrodillaba frente al tajo.

- Es un hereje-decía la gente muy indignada-Hola! Ahora inclina su cabeza condenada! Acabemos de una vez! En verdad ese perro quiso enseñarnos que la ciudad del Paraíso tiene sólo dos puertas, cuando a todos nosotros nos consta perfectamente que las puertas son doce!

Asombrados, los discípulos se reunieron alrrededor del maestro y le preguntaron:

- Cómo lo adivinaste, maestro?

El sonrrió y, mientras echaba de nuevo a andar, dijo en voz baja:

- No ha sido difícil. Si fuese un asesino, o un bandolero o cualquier otra especie de criminal, habríamos visto entro las gentes del pueblo pena y compasión. Muchos llorarían y algunos pondrían el grito en el cielo proclamando su inocencia. Al que tiene una creencia diferente, en cambio, se le puede sacrificar y echar su cadáver a los perros sin que el pueblo se inmute.

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