miércoles, 19 de enero de 2011

Inquietud.

Italienische Madrigale, de Heinrich Schütz. Asi se titula el disco que compré en esa librería y que hoy estuve escuchando por la mañana. Para asentuar los grises que ya me molestaban lo suficiente el alma y el espíritu. Sensación de desamparo. En momentos asi me pesa tanto el cuerpo que no lo puedo mover. Bueno, me pesa todo. Mirar por la ventana era como entregarle el alma al diablo voluntariamente. Miré al cielo con saña, queriéndole arrancar una excusa, culpándolo de mi estado anímico. Pero desde luego, no se dió por enterado. , inútil extranjero, qué te has creído? Si no te gusta éste cielo, búscate otro.

Fué entonces que decidí poner ese disco, para atormentarme. Me acosté en el piso, sobre la madera fría y dura, para más karma. Disfrutando de toda la tragedia griega que era capaz de protagonisar a solas. Yo conmigo. Sin más testigos que los cuadros, el espejo, los muebles, y el tocadiscos. Y la música. Pero no me hizo tanto daño como creí. Hasta creo que me ayudó. Sucede con la catársis; alivia. Volví en recuperado. Me incorporé y empecé a danzar. Hasta el brazo derecho podía moverlo con gracia. Como alas de cisne. Por todo el espacio como si de un escenario se tratara. Puede que sea cierto: el dolor es un acto creativo. Las cosas más bellas se han escrito sobre el dolor, el desamor, la muerte. Por eso todos los poetas son tristes y agitados. Hasta exageran cuando se precipitan en el pozo cavado por sus propias manos.

Yo no. Yo no voy a morirme. O no así. Que morirme, morirme, tendré que morir algún día. Pero no ahora. Y no a causa del cielo gris, el silencio, la soledad. Que tampóco estoy tan sólo. No hay que exagerar. No soy el único que está lejos del sol.


Por Luis Ruiz.

No hay comentarios: