martes, 20 de septiembre de 2011

Anoche, leyendo a Gide.

Me acuerdo de la última noche. La luna estaba casi llena; por la gran ventana de mi cuarto abierta de par en par entraba de lleno en mi habitación. Marceline dormía, creo. Yo estaba acostado, pero no podía dormir. Me sentía ardiendo, con una especie de fiebre felíz que no era otra que la vida. Me levanté, bané en agua mis manos y mi cara y luego, empujando la puerta acristalada, salí.
Era tarde ya; ni un ruido, ni un hálito; incluso el aire parecía dormido. Apenas si, a lo lejos, se oía a los perros árabes, que, como chacales, ganen durante toda la noche. Ante mí, el patiecillo, la muralla, frente a mí, proyectaba sobre él una franja de sombra oblicua; las palmeras de rigor, ya sin color y sin vida, parecían inmovilizadas para siempre... Pero en el sueno uno vuelve a encontrar todavía una palpitación de vida..., aquí nada parecía dormir, todo parecía muerto. Me asusté de esta calma; y bruscamente me invadió de nuevo, como para protestar, afirmarse, desconsolarse en el silencio, el sentimiento trágico de mi vida, tan violento, doloroso casi, y tan impetuoso, que a causa de él habría gritado, si hubiese podido hacerlo como los animales. Me cogí la mano, recuerdo, la mano izquierda con mi mano derecha; quise llevarla a mi cabeza y lo hice. Por qué;, para asegurarme que vivía y encontrar este hecho admirable. Toqué mi frente, mis parpados. Un estremecimiento me sobrecogió. Llegará un día, pensé, llegará un día en que incluso para llevar a mis labios el agua de la que tendré más sed, no me quedarán ya bastantes fuerzas... Volví a mi cuarto, pero todavía no me acosté; quería fijar esta noche, imponer su recuerdo a mi pensamiento, retenerla; indeciso sobre lo que haría, cogí un libro de mi mesa-la Biblia- y lo dejé abrirse al azar; inclinado sobre la claridad de la luna, podía leer. Leí estas palabras de Cristo a Pedro, estas palabras, ay!, que yo no iba a olvidar ya más: "Ahora te cines a ti mismo y vas donde quieres ir; pero cuando seas viejo, extenderás las manos... extenderás las manos..."
Al siguiente día, al alba, partimos.


Por Luis Ruiz.

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