jueves, 7 de enero de 2010

QUERELLE DE BREST

Frente a Robert, Nono recobraba su auténtica virilidad, que perdía algo ante Querelle. No quiere ello decir que hiciera suyos el alma o los ademanes de un marica, sino que al lado de Querelle, olvidándose del hombre que ama a las mujeres, se banaba en esa atmósfera especial que evoca siempre un hombre que ama a los hombres. Entre ellos, para ellos dos solos, se establecía un mundo (con sus leyes y sus relaciones secretas, invisibles) del que la idea de mujer estaba desterrada. En el momento del goce cierta ternura había turbado las relaciones de los dos machos, sobre todo por lo que respecta al patrón. Ternura no es la palabra exacta, pero expresa mejor la mezcla de agradecimiento hacia el cuerpo del que se extrae el placer, de dulzura que os derrite cuando el placer se acaba, de laxitud física, de asco incluso que os ahoga y os alivia, os sumerge y os hace bogar, y en fín, de tristeza; y esta pobre ternura, emitida como un relámpago gris y tenue, continúa alternando suavemente las simples relaciones físicas entre machos. No es que éstas se transformen en algo que se acerque al verdadero amor entre hombre y mujer o entre dos seres de los que uno es femenino, sino que la ausencia de la mujer dentro de ese universo obliga a los dos machos a extraer de sí mismos un poco de femineidad: inventar a la mujer. No es el más débil, o el más jóven, o el más tierno el que tiene más éxito en la operación, sino el más hábil, que a menudo suele ser el más fuerte y el de más edad. Ambos hombre quedan unidos por una complicidad que, nacida de la ausencia de mujer, suscita a la mujer, que los une precisamente por su carencia.A este respecto, en sus relaciones no había nada fingido, ni necesidad alguna de ser otra cosa que lo que eran: dos machos muy viriles que sienten celos tal vez, que se odian, pero que no se aman.

Jean Genet

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