Salgo a caminar. Día nublado. El paisaje se va enrareciéndo poco a poco. Una débil llovizna casi imperceptible oscurece el pavimento y se interpone entre la mirada y aquello que nos rodea. Las hojas de los arboles empiezan a caer. En un balcón de barandas de hierro entretejidas, una tumbona para recostarse, mira con desaprensión la soledad a que está condenada en los próximos meses. Dos hombres conversan sentados a la mesa frente a un Café. Gente que viene y va. Tres jóvenes, cuya lozanía y belleza suscitan el deseo, ríen en una esquina. Una senora en bicicleta se detiene y me pregunta algo, da las gracias y sigue. Observar a los otros con el distanciamiento que ello exige es una manera de adentrarse en sus vidas.
Por Luis Ruiz.
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