martes, 2 de marzo de 2010

Café CELLINI



Café "Cellini". Aquí vengo algunas tardes a escuchar tocar el piano. Como mis conocimientos musicales son tan rudimentarios no podría afirmar si el pianista es un buen interprete, sólo que esa música llega a mis oídos de manera que logra llenarme de esa satisfacción deseada, y por lo que acudo allí. Es un placer tremendo que me regalo porque se muy bien del valor de esos momentos que se acercan a la felicidad.


Sin embargo, una nota gris salida de esa melodía que como afirmo me llena de placer, se cuela en mi espíritu y me entristece. Más que en mi madre, que ya es una mujer mayor y tiene gustos y necesidades más simples, pienso en mis hermanos y jóvenes sobrinas que no tienen esa posibilidad, y sí sueñan con momentos así. No puedo evitar el fatal pensamiento que me acusa y hace tener cargo de conciencia, lo mismo que cuando entro a una tienda y me compro algo que no necesito, y cuyo valor excede en creces el salario de un mes de uno de mis hermanos.


El pianista, cuyos rasgos evidencian su naturaleza foránea, en la expresión de su rostro parece flotar una nube de rresignación soterrada, provocada por el destino incierto que lo condena a sentarse allí cada día y tocar para un público que parece no reparar en su presencia, y que ni por casualidad le regala un mínimo y discreto aplauso. Al mismo tiempo debe sentirse dichoso de no tener que ejercer una profesión menos decorosa como tantos otros emigrantes.


Esa sensación de afinidad que siento mientras lo observo y lo escucho tocar el piano va más allá de un mero gusto artístico estético, y si tiene mucho que ver con mi propia condición de "extraño".


Por Luis Ruiz

No hay comentarios: