jueves, 7 de julio de 2011

Cuando una vida se va.

Serán muchas las muertes que desfilarán hacia ese destino inevitable, y a las que no podremos asistir para decir adiós y acompañar a los dolientes. Está escrito en el libro universal, que todo lo determina sin poder hacer nada por evitarlo.
Ya ni siquiera la ocación de ponerse triste, porque hasta eso ha de variar con el paso del tiempo, la distancia, los acontecimientos. Los sentimientos devienen una sustancia gelatinosa, imprevisible; que ni peste ni aroma extraño, sino algo tan ecléctico, que se pierde. Como todo.
Hoy muy temprano reciví un mensaje en mi teléfono móvil: Tía Emilia murió, mami está bastante controlada. Me lo enviaba mi hermano.
Desde entonces trato de llamar a varios teléfonos y no logro comunicarme. Quería hablar con mi madre y decirle que lo siento. Apoyarla. Tranquilizarla. Pero ni eso es posible.


Por Luis Ruiz.