lunes, 28 de septiembre de 2009

Son un poco más de las dos de la tarde de un día otonal (quizás por eso éste desasociego), estoy en la tienda, llegué hace dos horas. No me había propuesto hablar sobre el día de ayer, no creo que valga la pena, pero para dejar constancia del acontecimiento (se supone que las elecciones de un país sean un aconteciemiento), aquí estoy con el tema. No hay mucho que decir; la Merkel fué reelegida, o sea, que grandes cambios no habrá, y lo peor, en coalición con el FDP, que dicho sea de paso no favorece para nada a los obreros, que como se sabe son la mayoría en cualquier lugar de éste planeta.
Cuando salimos del local electoral, le comentaba a Ralf lo vacío que estaba, en el nuestro eramos los únicos, y afuera casi nadie, muy pocos, sin marcado entusiasmo, dirigiendose a cumplir con su deber. Ya lo decían los pronósticos, y así fué. Muchos se replantearon si valía la pena, no existían opciones ni planteamientos que denotaran un cambio. Bueno, en realidad los políticos no tienen mucho que decir ni ofrecer. Los pobres se seguirán empobreciendo, y los ricos enrriqueciendose. Los políticos cobrando grandes sumas de dinero como salario, beneficiandose de todo lo que el poder les da, caminando por la alfombra roja cual estrellas del modernismo que los empareja con el mundo del espectáculo, e ignorando las necesidades del pueblo, aunque se les gaste la voz de prometer y dar vanas explicaciones que ya a nadie convencen. De allí la desidia, el desinterés, y todo lo que provoca que la gente no acuda a votar, o lo haga por el falso.
No, no había otra opción que la de reelegir a Angela Merkel, y quizás por eso mismo fué preferible que así fuera. Lo cierto es que éstas elecciones pasaron sin pena ni glorias, y no aportan nada a la historia de Alemania (al menos así lo veo yo).
De allí nos fuimos a caminar por la ciudad, tal véz el último día de verano, a aprovechar los rayos del sol, y el día cálido. Nos sentamos en el Biergarten, junto al agua, a beber una rica cerveza fría, y nos reímos de lo lindo contemplando a un grupo de turistas japoneses que no sabían manejar los botes y avanzaban en sentido contrario. Nada cambiaba el panorama de la ciudad, salvo que era domingo, y los domingos, estés donde estés, son días lentos, silenciosos, opacos, en fín: aburridos.

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