domingo, 22 de noviembre de 2009

TAMBORES DISTANTES Por Eliseo Alberto

III

Los que tenían 20 anos al triunfo de la Revolución, pronto cumplirán 70. Me cuenta un amigo de Miami que los ancianos contemplaban el carnaval de la calle 8 con la tristeza y la alegría que acostumbraban padecer los veteranos al acariciar, a escondidas, sus medallitas de guerra. Al desaparecer el Gran Enemigo, tal vez se sintieran más solos que nunca en una confrontación que pronto podría hacerse obsoleta, por no decir vana. A fín de cuentas, poco les importaba quien asumiría el mando. En cualquier variante de sucesión, Cuba tendrá que cambiar, porque nadie puede echarse encima el tonelaje de poder que Fidel ha cargado sobre los hombros, sin inmutarse.

Los ancianos de Miami, dijo mi amigo, no ocultaban cierta dosis de satisfacción. De alguna manera se consideraban ganadores en una batalla que ya habían dado por perdida. Aún cuando tuvieran los días contados, por el natural deterioro de la edad, quizás sus viejos ojos presenciarían los funerales de Fidel. Quien quita que al ver pasar el carruaje luctuoso algunos de ellos estasrían dispuestos a quitarse los sombraros para despedir al hombre que, por capricho de poder o mala suerte, les trastocó la vida hasta arrinconarlos en los refugios del exilio, apenas a noventa millas o cuarenta minutos de la isla donde una vez, en ejercicio pleno de sus juventudes, imaginaron que la felicidad era un derecho humano. Un derecdho y un deber. Sin embargo, para guerreros como Fidel, la paz resulta hostil, impensable: la paz es otra guerra.

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